
Se sentó a un lado del camino. Sobre una piedra polvorienta de la cuneta que le
había acompañado durante cada uno de sus pasos desde que comenzó su andadura. Hacia esa equis marcada en el mapa.
Pero se
había cansado de andar.
De mirar a su
alrededor, y no ver otra cosa que horizonte, que salidas y puestas de sol, que nubes blancas, nubes grises, nubes anaranjadas, que cielos azules, y cielos negros, que lunas que salen, y se ponen, que crecen y menguan, que se ocultan.
Se
había cansado de acostumbrarse a lo que le rodeaba, de haber convertido en cotidiano lo extraordinario, en simple lo complicado, en
pragmático lo mágico.
Una mosca voló hasta posarse en su rodilla.
La miró con un cierto sentimiento de sorpresa, era el primer ser vivo
con el que se cruzaba desde hacia mucho tiempo ya.
Miró hacia su rodilla fijamente, y con un movimiento lento, casi imperceptible, colocó su mano detrás del diminuto animal.
Extendió y juntó los dedos, y con un
rapidísimo movimiento, la atrapó.
Con
delicadeza, consiguió asir al insecto entre sus dedos
índice y pulgar, y lo acercó a su cara.
Podía ver sus enormes ojos rojos en su
minúscula cabeza,
podía notar como sus patas se
movían ansiosas intentando escapar,
podía pensar en lo que
sentiría ese ser, ahí atrapado entre sus dedos, a su merced, sabiendo que tenia la potestad de poder acabar con su vida o darle la libertad.
Se sintió con poder, con el
máximo poder del que se
podría disponer. Tener en sus manos una vida, y hacer con ella lo que le
placiese.
Miró de nuevo al insecto.
Pensó que le
estaría agradecido si en ese momento abriese sus dedos y le dejase continuar con su vida.
Pensó que seria un gran acto de generosidad el dejar de ejercer
presión sobre ese cuerpo.
Pensó que nadie tiene el derecho de acabar con otra vida sin
ningún motivo; mas aún, pensó que no hay
ningún motivo para acabar con una vida.
Casi
podía sentir la sensación de alivio de la mosca.
Creía poder percibir la
alegría del animal, de saberse libre de nuevo, de pensar que todo
había sido una mala experiencia que estaba a punto de terminar.
El Hombre miró los enormes ojos de la mosca de nuevo.
La mosca miró el enorme rostro que se enfrentaba a ella, y en ese instante sintió la presión de dos enormes dedos que acababan con su vida.
La soledad
había ganado la batalla.