lunes, 2 de noviembre de 2009

Soledad.


Se sentó a un lado del camino. Sobre una piedra polvorienta de la cuneta que le había acompañado durante cada uno de sus pasos desde que comenzó su andadura. Hacia esa equis marcada en el mapa.
Pero se había cansado de andar.
De mirar a su alrededor, y no ver otra cosa que horizonte, que salidas y puestas de sol, que nubes blancas, nubes grises, nubes anaranjadas, que cielos azules, y cielos negros, que lunas que salen, y se ponen, que crecen y menguan, que se ocultan.
Se había cansado de acostumbrarse a lo que le rodeaba, de haber convertido en cotidiano lo extraordinario, en simple lo complicado, en pragmático lo mágico.
Una mosca voló hasta posarse en su rodilla.
La miró con un cierto sentimiento de sorpresa, era el primer ser vivo con el que se cruzaba desde hacia mucho tiempo ya.
Miró hacia su rodilla fijamente, y con un movimiento lento, casi imperceptible, colocó su mano detrás del diminuto animal.
Extendió y juntó los dedos, y con un rapidísimo movimiento, la atrapó.
Con delicadeza, consiguió asir al insecto entre sus dedos índice y pulgar, y lo acercó a su cara.
Podía ver sus enormes ojos rojos en su minúscula cabeza, podía notar como sus patas se movían ansiosas intentando escapar, podía pensar en lo que sentiría ese ser, ahí atrapado entre sus dedos, a su merced, sabiendo que tenia la potestad de poder acabar con su vida o darle la libertad.
Se sintió con poder, con el máximo poder del que se podría disponer. Tener en sus manos una vida, y hacer con ella lo que le placiese.
Miró de nuevo al insecto.
Pensó que le estaría agradecido si en ese momento abriese sus dedos y le dejase continuar con su vida.
Pensó que seria un gran acto de generosidad el dejar de ejercer presión sobre ese cuerpo.
Pensó que nadie tiene el derecho de acabar con otra vida sin ningún motivo; mas aún, pensó que no hay ningún motivo para acabar con una vida.
Casi podía sentir la sensación de alivio de la mosca. Creía poder percibir la alegría del animal, de saberse libre de nuevo, de pensar que todo había sido una mala experiencia que estaba a punto de terminar.
El Hombre miró los enormes ojos de la mosca de nuevo.
La mosca miró el enorme rostro que se enfrentaba a ella, y en ese instante sintió la presión de dos enormes dedos que acababan con su vida.
La soledad había ganado la batalla.

2 comentarios:

Dyhego dijo...

¡Interesante reflexión!
La soledad no buscada es horrorosa.
Supongo que en un caso así, hasta las ratas serían buena compañía.
De todos modos, mosca que pillo, mosca que mato. ¡Y no me da remordimientos!
Un saludo con churros

churricos dijo...

Me alegro de que os haya gustado el relato.

Amiga de los arrecifes.
Las circunstancias, en muchos casos, son mas dueñas de los actos que quien los hace.

Un saludo desde tierra firme.

Dyhego.
En un caso así, cualquier compañia seria deseada con la maxima intensidad y rechazada al mismo tiempo.
¿Paradojico...?
¡Filosofico que estoy hoy!

Un saludo patitambien.